domingo, 13 de junio de 2021

APRECIACIÓN TEATRAL DE UNA OBSERVADORA:

LAS FLAMENCAS DE LORCA

Dirección General: César Robles. Dirección artística: Oriana Vernet. Coreografías: Anita Loynaz.  


Decir Lorca y flamenco en el mismo enunciado es apostar a un vínculo sustentado, principalmente, en la pasión y el entusiasmo; aunque hoy este lazo entre el poeta y el mundo flamenco nos parezca evidente, no ha estado exento de polémica en muchos estudios. Así, señala el investigador Daniel Pineda Novo que a Lorca “podemos considerarlo más flamencofílico – amante enamorado del flamenco-, que flamencólogo – estudioso y conocedor científico del Flamenco-.” No obstante, en el imaginario hemos planteado una relación indisoluble que trasladada a los escenarios nos lleva a esperar un espectáculo visual y sonoro de gran sensibilidad y fuerza, en donde la gran mayoría del público, como Lorca, probablemente somos flamencofílicos, pero con heridas coloniales visibles o invisibilizadas.

Adquiero mi boleto de platea 2 para observar “Las flamencas de Lorca” en su función del viernes 11 de junio. El afiche dice que se trata de un nuevo espectáculo flamenco basado en las obras teatrales de Federico García Lorca, con actuaciones especiales de Oriana Vernet, Anita Loynaz, y de actriz invitada, Yarelí Cartín, siendo un espectáculo creado especialmente para el Teatro Nacional de Panamá.

Me gustaría resaltar positivamente la agradable antesala con música flamenca en nuestro -aún- Teatro Nacional (símbolo poderoso de eso que llaman “alta cultura”) y su iluminación, “porque la luz amarilla embellece hasta el cansancio”. Mientras tomo fotos del teatro, recuerdo aquella ocasión en que una distinguida escritora me hizo notar que el Teatro Nacional después de sus remodelaciones guarda gran parecido con el Palacio Lun Fung.

Empieza la función, pero, lastimosamente, la línea argumental de “Las flamencas de Lorca” es deficiente, débil y cursi: Encarnación (Oriana Vernet) es como la cenicienta de la compañia de Antonia Juncal (Anita Loynaz). Carmen Juncal (Yarelí Cartín) es la “casi hermana”- luego “casi prima” a quien Antonia convenció para que se encargara de la administración del tablao.  La pobrecita, temorosa y tímida Encarnación, mientras limpia ve a hurtadillas los ensayos, sueña con ser bailaora, y es la hija de una gran bailaora. Finalmente, Encarnación es descubierta e impulsada por su hada madrina Carmen Juncal, esta la motiva a que hable con la profesora para tomar clases, deje la vergüenza y cumpla su sueño de ser una gran bailaora. Encarnación enfrenta a las otras bailaoras que se burlaban de ella, busca la fuerza en su interior, hasta que en poco tiempo es mejor que todas, tanto que logra incluso un papel protagónico. Final feliz.

Podríamos perfectamente decir que la narrativa parece extraída de una de las tantas telenovelas mexicanas de los noventa protagonizadas por Talía. He aquí en donde se siente cierta ausencia de alguien que asuma la  dramaturgia tanto escrita como escénica del espectáculo y  amortigüe las fallas en la cohesión adecuada de los diversos lenguajes escénicos a los que parece aspirar el espectáculo.

Los momentos de “actuación” resultan fallidos, abunda la sobreactuación y los clichés. Y sí, al haber más dramatización que actuación, paradójicamente hizo falta “carácter” en las actuaciones. Ese carácter del que la profesora habla a Encarnación, y que no sólo se necesita en el flamenco como danza, sino como estilo de vida. El cuerpo como signo escénico quedó hambriento. 

Sin embargo, la pobreza de los diálogos es rescatada principalmente por el primer momento en que la profesora Antonia habla, específicamente, antes de la interpretación de “La casa de Bernarda Alba” y le explica a sus alumnas la razón por la que elige cada palo de flamenco para los personajes femeninos de las obras trabajadas; por ejemplo, farruca y tango para momentos de “La casa de Bernarda Alba” y sevillanas para “Bodas de Sangre”. Esto encaja perfectamente con el tono didáctico del espectáculo y aporta interés a sus palabras, pues nos da la oportunidad de apreciar la riqueza de las decisiones coreográficas y las cautivantes piezas de flamenco que son las que honestamente constituyen (dado lo fallido de los otros elementos escénicos expuestos),  junto a la vistosidad de los trajes, el espectáculo en sí.

En “Las flamencas de Lorca”, la profesora actuaba de profesora, las alumnas actuaban de alumnas, la actriz y bailaora nunca realmente alcanza ese momento de transfiguración escénica que se anunciaba. Como espectadora lo que me ha dejado contrariada es la falta de honestidad en la propuesta (seguramente no malintencionada), y con esto me refiero a que promete algo que no pasa de ser ambicioso. Estoy segura de que el espectáculo se concibió con mucho amor, pero hubiese sido mucho más sencillo anunciarlo como la presentación de una escuela de flamenco local, lo cual no es poca cosa, y en función de eso no me sentiría tan decepcionada ni sentiría que Lorca les quedó demasiado grande.

Lo que sí me pareció que alteró en demasía fue la introducción sumamente forzada del backstage como parte de la obra, ello alteró  por un momento la belleza visual de la que sin duda goza la propuesta. 

Aclaro que esta fue mi experiencia, pero no hicieron falta aplausos y risas cuando una de las protagonistas decía algo que al parecer era gracioso; lamentablemente, yo no pude con el intento de teatro,  sólo rogaba para que pasaran a las coreografías, que aunque notaba se trataba de alumnas guiadas por su maestra, al menos para una no experta como yo,  resultaron interpretaciones de gran calidad sonora y visual. 




 

 

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